No te voy a hablar. Ya lo he intentado. Y
parece que eso no sirve. No voy a decirte de nuevo que te quiero. No voy a
intentar que me entiendas. No voy a intentar entender qué es lo que pasa por tu
cabeza porque tú simplemente no me dejas ver.
Me duele. Incluso físicamente. Eras quien me lo daba. Ahora te
lo has llevado. Tan fácil. Tan sencillamente. Sin miramientos. Sin
complicaciones. Simplemente la distancia que antes era nada, ahora nos separa.
Lo que nos unía es lo que nos aleja cada día un poco más. Pero esperaré a que
llames. Yo, el orgullo en persona, te esperaré. Y sé que no seré capaz de decirte
que no. Tonta persona en la que me he convertido. Yo lo he intentado. Tú lo
dejas pasar. Sin siquiera temblar. Me mata pensar que estás. Te veo. Pero ya no
te siento. Pero ya no me dejas sentirte. Quizás era la evolución natural de lo
nuestro. Ay, lo nuestro… ¿pero qué era? Yo lo sentía. Lo vivía. Y sé que tú
también lo hacías. No podía inventarlo sólo mi mente. No tengo talento
para crear tanta felicidad. Pero ya no estás. Aunque estás. Siempre estás. Pero…
Es frustración lo que siento. Porque yo te quiero. Pero no como el mundo cree. Incluso
no como tú crees. Pero ya no va a haber manera de explicarlo. No vamos a ser
conscientes de la vida del otro. No te voy a contar las vivencias
trascendentales de mi vida, y peor aún, no te contaré las intrascendentales. No
entiendo el porqué hemos llegado aquí. O por qué yo me encuentro aquí. Y lo peor es que no sé
dónde estás tú. Porque te miro, sí. Pero ya no me dejas verte. Ya no. Ya no
tantas cosas. Tantas. Y volverás. Lo sé. Con otra forma porque te desdibujaré. Es
lo que estoy empezando a hacer. Pero sé que te esperaré. No de la manera que el
mundo cree. No incluso de la manera que tú crees. Pero seguiré creyendo en lo
que creaste. En lo que creé contigo. En lo que creamos. Aunque ya no te crea. Aunque eso ahora sea un
recuerdo. Muy cercano.
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