Íbamos
despacio. Yo cambiaba de canción reiteradamente a los dos o tres segundos de su
comienzo, ya que sabía que lo que sonaba no era de su gusto. Hasta que sonó él,
con sus acordes de guitarra en bucle, contando una historia. Si de algo
podíamos hablar, lo silenciamos. Me cogió la mano que dejaba descansar en la
palanca de cambios. La abrazó con sus dedos, tan pequeños ellos, tan huesudos,
con ese tacto que sólo tiene ella. Sé que quería llorar. ¿El por qué? Aún no lo
sé.
O sí.
Con ella
siempre creo que lo sé. Pero no habló. Ni
yo. Él, sin embargo, siguió contando…
No hay comentarios:
Publicar un comentario