martes, 29 de abril de 2014

Íbamos despacio. Yo cambiaba de canción reiteradamente a los dos o tres segundos de su comienzo, ya que sabía que lo que sonaba no era de su gusto. Hasta que sonó él, con sus acordes de guitarra en bucle, contando una historia. Si de algo podíamos hablar, lo silenciamos. Me cogió la mano que dejaba descansar en la palanca de cambios. La abrazó con sus dedos, tan pequeños ellos, tan huesudos, con ese tacto que sólo tiene ella. Sé que quería llorar. ¿El por qué? Aún no lo sé.
O sí.
Con ella siempre creo que lo sé. Pero no habló.  Ni yo. Él, sin embargo, siguió contando…

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