Su vida había cambiado desde aquella despedida, ese día un año atrás y en la misma esquina en la que ahora se miraban. Ella se había cansado de naufragar por las calles de esa ciudad. Cada rincón le parecía demasiado real para imaginar. Por eso no entendía lo que sus ojos le querían dar. Su mirada seguía siendo la misma, pero con algo que no podía descifrar. Él estaba ahí. Su imaginación no era tan buena como para crear su sombra y las gotas que caían desde el cielo a su pelo, y desde su pelo al suelo. Era real, tan real como que sus zapatos estaban mojados y sus dedos se empezaban a congelar en aquella ciudad que cada seis meses era del sol. “¿Por qué?” Se preguntó. No había nada por lo que volver. Ni llamadas, ni cartas, ni una palabra a distancia… demasiada distancia. En un año lo había estado viendo cada momento, montando en un taxi hacia quién sabe donde, con alguien sonriéndole del brazo, riéndose en el espejo, dormido en el suelo, o simplemente callado, sin mirar, con nada a su alrededor, sin vida… Allí se quiso morir, no por celos del frío que ahora recorría su piel a su antojo, ni por enfado al guardián que no le dejó entrar tras él. Sólo se quiso morir… con él. Y lo intentó llenando su vida de vacío y pastillas para dormir, para soñar, no sólo descansar y rodar por las sábanas y gritar contra la almohada intentando callar los chillidos de su alma, que no la abandonaban, se quedaban con ella en esa cama-trampa. Pero seguía aquí, de momento. Las gotas seguían cayendo por sus pies, y por una vez no quiso desaparecer. Estaba con él, de nuevo, en aquella esquina de esa ciudad mojada. Casi sin vida, pero con él. ¿Qué hacer, regresar o quedarse? Pero él se acercó, lenta y silenciosamente. Nada se oía, sólo silencio. Silencio. Silencio. Sus ojos se nublaron a causa de sus dedos fríos y lo único que escuchó fue un “adiós” de la comisura de sus labios gastados. Silencio de nuevo y luego negro. Negro. Negro. Silencio. Silencio. Negro. Silencio. Negro. Silencio. Negro. Silencio. Negro. Silencio. Luz.
Y gritó su corazón. Y todo volvió, la luz, el ruido, el vacío…, y sus latidos.
“Por suerte”, dijo el médico y ella se preguntó por qué llamó suerte a su propia muerte.
2 comentarios:
Me hiciste llorar.Gracias.
:) Gracias a ti.
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