Él adoraba los días de lluvia. Eso no era muy común en esaciudad. En los dias de lluvia la gente se volvía loca y seveía incapaz de sobrevivir las pocas horas que esascositas transparentes se atrevían al fin a bajar de sunube. Él no tenía ese problema. En esos días de lluvia, enlos que se despertaba con una luz diferente y con pequeñasgotas en el cristal, él no se volvía loco,y para nada eraincapaz de sobrevivir, al contrario, eran las horas másfelices del año. La razón: ella. Pero ella con todo suser. En los días de lluvia, ella caminaba, no cogía elautobús y el podía ver su pelo asomarse desesperadamenteentre las agujas del paraguas, más oscuro. Sus pantaloneshúmedos, sus manos más blancas de lo normal y ese caminargracioso con el que intentaba aligerar el paso, pero quepausaba un poco para finalmente pararse, dejar el paraguasrefugiando a un pequeño charco del suelo mientras ellamira al cielo con una sonrisa. En ese momento es cuando élpierde la noción del tiempo. Es en ese momento cuando nosabe que llueve a su alrededor. Cuando sus latidos sontantos como gotas caen en ese momento en esa ciudadcontaminada de ruidos y aires húmedos.Todo acaba cuando ella deja su charco desprotegido y siguesu camino con ese paso gracioso. Él la ve desaparecerlentamente entre la gente a lo lejos. Las nubes se estánaclarando, por lo que mañana no lloverá. La última gotacae en su mano, y la abraza con el deseo de que nodesaparezca, de que no se vaya. Quién sabe. quizás mañanahaya otro milagro de la naturaleza.
viernes, 8 de febrero de 2008
Segundo día de lluvia
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario