viernes, 8 de febrero de 2008

Segundo día de lluvia


Él adoraba los días de lluvia. Eso no era muy común en esa
ciudad. En los dias de lluvia la gente se volvía loca y se
veía incapaz de sobrevivir las pocas horas que esas
cositas transparentes se atrevían al fin a bajar de su
nube. Él no tenía ese problema. En esos días de lluvia, en
los que se despertaba con una luz diferente y con pequeñas
gotas en el cristal, él no se volvía loco,y para nada era
incapaz de sobrevivir, al contrario, eran las horas más
felices del año. La razón: ella. Pero ella con todo su
ser. En los días de lluvia, ella caminaba, no cogía el
autobús y el podía ver su pelo asomarse desesperadamente
entre las agujas del paraguas, más oscuro. Sus pantalones
húmedos, sus manos más blancas de lo normal y ese caminar
gracioso con el que intentaba aligerar el paso, pero que
pausaba un poco para finalmente pararse, dejar el paraguas
refugiando a un pequeño charco del suelo mientras ella
mira al cielo con una sonrisa. En ese momento es cuando él
pierde la noción del tiempo. Es en ese momento cuando no
sabe que llueve a su alrededor. Cuando sus latidos son
tantos como gotas caen en ese momento en esa ciudad
contaminada de ruidos y aires húmedos.
Todo acaba cuando ella deja su charco desprotegido y sigue
su camino con ese paso gracioso. Él la ve desaparecer
lentamente entre la gente a lo lejos. Las nubes se están
aclarando, por lo que mañana no lloverá. La última gota
cae en su mano, y la abraza con el deseo de que no
desaparezca, de que no se vaya. Quién sabe. quizás mañana
haya otro milagro de la naturaleza.

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