miércoles, 13 de agosto de 2014

Acabo de ser consciente de que te he aislado. Te he metido en una vasija de 1000 litros, pero estoy debajo de ella tapando las roturas que se producen cada vez que pienso en ti más segundos de los que se tarda en decir tu nombre. Y voy impidiendo que salga el aceite con las yemas de mis dedos, y lo único que consigo es que el líquido viscoso me llene las manos de negro, baje por mis brazos y empiece a subirme por este cuello que alberga una garganta seca. Y llega ese momento, en el que el intento de dormir tarda más de la cuenta y con las manos derramadas, la sangre empieza a caer en mi frente como una tortura china que gota a gota llega a penetrar en mi inconsciente volviéndome consciente de tu ausencia. Tan horrorosa. Tan deseada. Tan presente. Tan racionalmente olvidada. Y que tan ilusamente me creí. Las fisuras se convierten en grietas y me impiden que te retenga a dos manos, y el líquido fluye, cambiando su densidad dependiendo de qué parte de mi cuerpo va abrasando. Mi garganta finalmente se satura y muerdo fango, mis ojos se empapan de cloro, enrojeciéndose tanto como mis pulmones, a los que les ha llegado el agua en forma de escarcha. Ya no hay manera de retenerte con las yemas, ni con el cuerpo, ni con el alma.
Tu forma ahora es una horca líquida.
Asfixia: t-ú.

No hay comentarios: